martes, 24 de agosto de 2010

Corazón Empapelado

Me preguntaste si me acordaba del día en que nos conocimos, y desde entonces sigo dandole vueltas a esa pregunta, por que... ¿realmente te conocí?
Despues de que hablaramos por primera vez, yo tuve la sensación de que eras perfecta, sabía que tan solo era una sensación, pero despues de ello supe que me gustabas. No dudé en intentar conocerte, en hablar contigo, en clase, por telefono, y medida que pasaban los meses el solo oír el nombre de Estela me ponía nervioso.
Yo creí que en algún momento me dijiste que te gustaba, con alguna indirecta, de alguna forma, y así fue, por que al declararme me besaste, el primer beso, ese que duro tan solo unos segundos, pero lo recordé años.
Me regalastes un papelito de color rojo claro, en el que ponía "te quiero". Un papelito que puse en un marco juanto a una foto tuya y mía, donde un corazonzito nos unía a ambos. Cada día te tuve cerca, empezaba y acababa contigo, todo era perfecto y entonces, sin más, te fuiste. Desaparecistes de mi vida, dejastes de llamarme, tu movil siempre estaba desconectado, el internet no existía y las palabras "Estela ha dejado el colegio por que se ha cambiado de ciudad" que nos dijo el tutor retumbaron en mi cabeza día tras día durante quien sabe cuanto tiempo.
No salía, no me reía, la felicidad era una palabra que inebitablemente se había convertido en una palabra tabú, y el buscarte se convirtió en una obsesión.
Entonces, un día cualquiera apareció Alice, cuyos ojos profundamente azules quitaron la pena igual que la mar quita la arena. Ella se acercó y me habló, me quiso desde el primer momento y yo, sintiendome mal por haberlo hecho, le hablé sin cuestionármelo. Nunca otra chica consiguió lo que ella, y por primera vez en mucho tiempo, mi corazón volvió a latir con ella, y un día todo empezó.
Con Alice todo fue siempre fácil, ella me adoraba, igual que yo a ella, y aunque Estela hubiera marcado con una E mis labios, Alice no tardó en taparla, ella me hacía sentir como cuando estaba con Estela, y mi mono casi había desaparecido cuando, de la misma forma que te fuiste, volviste.
Llegaste a mi casa, disculpándote, echándome en cara todo lo que una vez te dije, y recordándome cosas que creía olvidadas, y como un alcoholico que sin darse cuenta le cae una gota de alcohol en los labios, me besaste, sin importarte nada de mi vida anterior. El último sonido que escuché de Alice fueron sus llantos.
Tus labios tapaban y tapaban la marca de Alice, pero eran tantos y tan profunda su marca que nunca conseguiste borrarlos, Alice dejó cicatriz, cosa que tu no lograste, tan solo por que no te despediste. Eso lo habría cambiado todo.
Nunca nada volvió a ser igual.
Alice me daba algo que tu no, y tu ya no me dabas lo que me daba Alice, sin embargo te seguía queriendo como nunca había querido a alguien, y cuando por fin había llegado a sentir que Alice era superada, te despediste, me dijiste todo aquello que no dijiste la ultima vez, añadiendo que no volverías, y me entregaste otro papelito de color rojo claro, en el que ponia "te quiero", y dejándome un ultimo beso, el cual nunca olvidé.
Te fuiste.
Aquel papelito lo puse al lado del otro, dejando el pequeño corazon que había dibujado al lado de la foto quedara cubierto por éstos. Los años pasaron, y jamás encontré a Alice, pues el colegio había terminado, y a ti menos, pero nunca te olvidé, pues aquellos papelitos jamás descubrieron aquel corazón.

viernes, 13 de agosto de 2010

Madurez

En cuanto hubiera cruzado aquel umbral oscuro, cuyo fondo era habitado por los llantos de sus sueños no cumplidos, había dejado de ser un niño para convertirse en un adulto.
Miró hacia ambos lados de esa calle hecha de niebla, sin saber muy bien si cruzarla, en cuanto lo hiciera dejaría atrás todos los sentimientos puros, esos sentimientos que salen sin niguna convicción, sin ninguna influencia, esos pensamientos indeterminados, esa verdadera felicidad.
Entonces se giró, sus ojos verdes, brillantes, intensos, ahora se fijaban en todo lo que había dejado atrás, su primera frustración, sus primeras zapatillas, su primer amor de sabor a melocotón.
Miró un poco más lejos, pero la oscuridad tapaba muchas cosas, consiguió llegar hasta aquel verano, donde tuvo su primer enojo con un amigo, donde su bañador se destiñó de lo tanto que se metió en la pileta, donde se quemó de tanto estar al sol.
Algunas gotitas empezaron a cubrir sus mofletes, el no quería, pero casi auomáticamente, empujado por una fuerza invisible a sus ojos, fue cruzando la niebla, le pesaban los pies, y cada pisada era un llanto más fuerte y largo que tendría al llegar a la otra mitad de aquel inmenso umbral, llegó al umbral, destrozado, cansado, y con todos los llantos impregnados en sus ojos, intentó mirar a lo lejos y lo único que vió fueron recuerdos.